SANTIAGO – El filósofo, ensayista y académico de las Facultades de Artes y Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, relata cómo vivió el estallido social de octubre de 2019 y analiza el proceso que vive el país y la sociedad chilena ad portas del plebiscito que se desarrollará este domingo. En el escenario político actual, Oyarzún enfatiza que es necesario iniciar una profunda renovación y para eso, dice, «necesitas nuevas caras, necesitas nueva gente que piense las cuestiones de una manera distinta».
A lo largo de su carrera, el académico Pablo Oyarzún, ha reflexionado y facilitado el dialogo entre la filosofía y el arte. Ha navegado entre la significación y comprensión de diversas manifestaciones artísticas, entrelazadas con su disciplina de base, la filosofía. Es con esta especial visión que analiza el llamado estallido social en su más profundo sentido, y cómo a contar de octubre del año pasado, la sociedad chilena se abrió a un proceso histórico que nos tendrá en un par de días más, enfrentados a las urnas, para decidir si queremos o no una nueva Constitución Política.
Al iniciar la conversación, afirma que lo que gatilló el descontento social surgido hace poco más de un año, se da por una multiplicidad de factores tanto políticos, sociales como económicos y que es difícil identificar el proceso o detalle de cómo se construye, porque «estos grandes eventos sociales y sociopolíticos son gatillados por cosas que pueden ser a veces consideradas secundarias o menores». Ante esto, enfatiza, entramos en una «fase histórica distinta».
El filósofo apunta también a que durante los últimos años se ha ido produciendo un distanciamiento entre los políticos y la ciudadanía, lo que se agravó con los casos de corrupción en donde se han visto involucradas autoridades e instituciones: “uno de los factores importantes en el estallido social desde luego -que fue instalado por el movimiento feminista del año 2018- fue la idea del abuso”, asevera.
Al analizar hacia dónde vamos y quién debería conducir este proceso, el académico plantea que es precisa una renovación total. Para liderar este proceso, afirma, se necesitan “nuevas caras, necesitas nueva gente que piense las cuestiones de una manera distinta. O sea, hay que rehacer el país, entonces no lo puedes rehacer con esta gente que tenemos ahora”.
A un año del estallido, ¿cómo se tiene que leer este proceso?, ¿qué factores influyeron o detonaron el descontento social?
Una multiplicidad de factores. Es bien difícil identificar bien el proceso, el detalle, su modo en cómo se construye. Normalmente, estos grandes eventos sociales y sociopolíticos son gatillados por cosas que pueden ser a veces, consideradas secundarias o menores. Tienen una función, una suerte de valor simbólico, que acumulan una cantidad de resentimiento, descontento, injusticias sufridas por largo tiempo, y sobre todo una suerte de discurso hegemónico en el país que ha afirmado permanentemente los grandes logros del sistema socioeconómico chileno. O sea, esta suerte de extraña simbiosis entre neoliberalismo y democracia que hemos vivido largamente, por lo menos desde la recuperación de la democracia y de la reinstitucionalización del país, por así decirlo, del año noventa. Pero, ese discurso hegemónico, en lo que puso énfasis, fue justamente en la conquista de mejores condiciones por parte de la gran mayoría de la población en la dimensión de la pobreza, lo que obviamente se concentra en la idea de una gran expansión de una clase media; pero una gran expansión de la clase media que se hizo a costa del endeudamiento, y por lo tanto de una vulnerabilidad muy grande y de una fragilización de la misma.
¿Se supo leer este proceso?
Te diría que en términos generales, desde luego que no. Se creyó que efectivamente Chile estaba en un proceso importante de acceso al desarrollo. El ingreso a la OCDE se hizo bastante a la fuerza, así como la construcción de ciertos indicadores, como por ejemplo, la expansión de la matrícula universitaria. Todo eso se hizo con la idea de que lo importante era primero la cantidad y después la calidad. Se produjo ahí una distancia muy grande entre los representantes de la ciudadanía y los representados, y no podían sentirse representados justamente por esto, lo cual fue agravado desde luego por todos los casos de corrupción, una especie de corrupción generalizada, o sea, uno de los factores importantes en el estallido social desde luego -que fue instalado por el movimiento feminista del año 2018- fue la idea del abuso.
¿El plebiscito podrá subsanar todo esto?
Surge justamente de este acuerdo, que nace de un nivel de angustia política intensa porque estábamos al borde de otra cosa. El acuerdo lo que hace es justamente impedir que se produzca una radicalización por parte del Gobierno en la represión, y una militarización completa del país. Uno podría decir que estábamos ad portas de eso. En ese sentido, sectores de la derecha fueron muy importantes en cuanto a poner alguna contención. Desde luego, la oposición hizo su trabajo ahí; entonces, enfrentamos algo que nace justamente de una situación límite, y eso es una lectura que uno no puede dejar de tener. Estamos en ese lugar, todavía.
El plebiscito pertenece a esa situación límite, y lo que venga en términos de convención constitucional o asamblea constituyente también sigue en ese límite. No nos hemos movido ni un milímetro de ese límite, por lo tanto, las perspectivas que uno pueda tener de esta cosa, no son perspectivas airosas, por así decirlo. Difícilmente uno podría mirar con algún grado de realismo que las cosas van a ser superadas maravillosamente con un buen triunfo del apruebo. O sea, si tenemos una importante mayoría del apruebo eso nos deja en un lugar también, es el mismo lugar de dónde venimos.
¿Cómo está situación dialoga con partidos políticos -en desconexión con la ciudadanía- o con grupos radicalizados?
Hay que reconstruir la convivencia de este país y eso va a tomar mucho tiempo, y dentro de ese mucho tiempo va a haber situaciones muy críticas también. Es muy difícil reconstruir convivencia en este momento cuando uno mismo tiene desconfianza a las instituciones. Hay que rearmar las instituciones en este país, hay que reconstruir convivencia, reconstruir confianza, pero es muy difícil reconstruir confianzas cuando vienes justamente de experiencias que tienen que ver con las evidencias de corrupción, con abusos, con todo ese tipo de cosas. Creo que es un proceso súper difícil, y creo que hay que contar con cosas que no puedes simplemente dar vuelta la cabeza y decir: «es que son vándalos».
Hay quienes destacan la movilización del 25 de octubre, ¿cómo se debe entender o leer esa manifestación multitudinaria?
Lo que tú tienes ahí es una suerte de situación de encuentro. Es una cosa que inevitablemente produce una alegría, ver que hay mucha gente y por razones muy distintas convergen a una misma manifestación y manifiestan cosas que son similares, o más bien dicho, convergen y coinciden en ciertas fórmulas, en ciertos reclamos, en ciertas consignas con las cuales la gente se siente representada.
El hecho de que, “el derecho de vivir en paz” de Víctor Jara se convierta en esa cosa tan multitudinaria en cuanto a reconocerse en algo, lo mismo que reconocerse en el “pueblo unido jamás será vencido”, es una cosa muy impresionante. Eso no puede sino producir un alto grado de alegría, de alegría social, una satisfacción de saber que estás con otra gente en una sociedad que ha sido fuertemente individualizada, atomizada, y que recuperes el espacio de lo público es necesariamente una fiesta.
¿Teníamos que vivir el estallido social? En ese sentido, ¿qué se viene ahora?, ¿de qué manera encausar este proceso?
Creo que estamos en una situación muy incierta. Sigo un poco con esa imagen que no nos hemos movido un ápice del día del acuerdo que se dio en noviembre, dos días después de que estuvimos a punto de entrar en una fase sociopolítica muy distinta. No nos hemos movido de esa zona de riesgo en que estábamos, por lo tanto, lo que viene ahora es generar demandas de responsabilidad tan altas que yo creo que no pueden ser satisfechas por la gran parte de la clase política chilena porque no están en condiciones, no están a la altura de eso.
Necesitamos también una renovación importante. Es cuestión de ver cómo las encuestas han comprobado el reconocimiento que se le da, por ejemplo, a Izkia Siches. Por supuesto que necesitas nuevas caras, necesitas nueva gente, gente que piense las cuestiones de una manera distinta. O sea, hay que rehacer el país, entonces no lo puede rehacer con esta gente que tenemos ahora.
Necesitamos una gran renovación, gente que entre con nuevas capacidades de reflexionar y de conversar también unos con otros, superar algunos impases en los cuales nos encontramos, pero también con la profundidad suficiente como para decir son muchas las cosas que hay que cambiar en este país.