Por Alejandra Matus Acuña | Jécar, Carlos y Berta

El boletín del CODEPU fue uno de mis primeros trabajos después de egresar de la universidad. Si la memoria no me falla, llegué recomendada por alguien que conocía a Carlos Sánchez, entonces en un cargo ejecutivo. Me sentí muy orgullosa de ser aceptada en ese puesto, porque el boletín era para mí, una joya: bien escrito, bien diseñado, bien informado. Trabajaba con Pablo (probablemente no era su nombre real) un fugado de la cárcel que arriesgaba el pellejo todos los días para ir a la oficina. Podía adivinarse su militancia a metros de distancia, por su bigotón negro y tupido, pero, imagino, no quería contárselo. Era alegre y amable, como casi todos allí. El equipo lo completaban Cecilia y la fotógrafa, aún más joven que yo, Jacqueline. Uno de los primeros reportajes que hice fue entrevistar a Berta Echegoyen, la secretaria ejecutiva, que dirigía el Comité con el dolor por el asesinato de su hijo, Carlos Godoy Echegoyen, cubriéndole la piel. Mis fuentes eran el equipo jurídico, entre ellos, Fabiola Letelier, Adil Brkovic, Hugo Ocampo; para los análisis políticos, una buena conversa con Jécar Neghme, Paz Rojas, Carlos Sánchez o María Elena Ahumada, me dejaban tiqui taca. Todos de enorme agudeza intelectual y buenos para la chacota (salvo, quizás, la doctora Rojas a quien no nos hubiéramos atrevido a echarle una “talla”, porque todos la reverenciábamos).

El CODEPU defendía todas las causas de violaciones a los derechos humanos, sin distinción y en eso se separaba de la Vicaría, que le remitía los casos que no tomaba cuando la víctima de torturas, por ejemplo, participaba en algún grupo de resistencia armada. Quizás no era casualidad que sus oficinas se encontraran en el entrepiso de una fuente de soda en calle Bandera, en la parte trasera de esa enorme manzana, en cuyo frontis se encontraban la entrada a la Vicaría y la Catedral. El CODEPU tampoco cerró como aquella con la llegada a la democracia, pues, coherente con su escepticismo, no dio por hecho que con ésta se acabaran las violaciones a los derechos humanos.

Todos los que componíamos ese equipo emigramos en algún momento. Yo lo hice en 1989 para irme a trabajar en la Revista Pluma y Pincel. Poco antes de la elección de Aylwin, pasé por el CODEPU para pedirle una entrevista a Jécar. Era lunes 4 de septiembre. Me dijo que ese día tenía que hacer y me citó para otro día de esa misma semana. En mi pequeña agenda de papel quedó anotada: jueves 7, a las 7. Pero esa misma noche, Jécar fue asesinado, golpeándonos a todos quienes lo conocimos, pero especialmente a ese equipo de defensa y promoción de los derechos humanos que siguió con sus puertas abiertas a pesar del dolor que continuó acumulándose en sus propios cuerpos.

Los y las amigas de entonces, siguen siendo referentes para mí. De ellos y ellas aprendí que se puede ser profesional y defender la causa de los derechos humanos al mismo tiempo. Aún más. Que no se puede hacer bien lo primero, sin comprometerse con lo segundo. Me da un enorme orgullo saber que el CODEPU cumple ya 40 años y que sigue al servicio de los mismos valores de entonces. Ojalá llegara el día en que no fuera necesaria su existencia, pero mientras haya injusticias y violaciones a los derechos humanos, es esperanzador saber que continúa aquí.


LA OPINIÓN DE LA AUTORA NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Alejandra Matus Acuña – Es una periodista, investigadora y escritora chilena asociada a la difusión de los atropellos a los derechos humanos realizados durante la dictadura de Augusto Pinochet.​