El Viejo Continente desempolva las alfombras rojas para recibir a su ‘nuevo amigo’ en la Casa Blanca. Europa espera ansiosa que Joe Biden saque a la OTAN de la parálisis cerebral que sufre la Alianza.
Desde la sede de la OTAN en Bruselas, también capital de la Unión Europea, llueven loas y felicitaciones al nuevo presidente norteamericano. Algunas podrían ruborizar hasta al más proatlantista de los europeos, pero la desaparición política de Donald Trump ha tenido tal efecto entre algunos de sus líderes que sus reacciones se acercan más a una declaración de asumido vasallaje que a la protocolaria bienvenida diplomática.
La alemana Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, anunciaba tras la toma de posesión de Biden: «La UE tiene un nuevo amigo en la Casa Blanca tras cuatro largos años. Los Estados Unidos están de vuelta en Europa». Su colega y presidente del Consejo europeo, el belga Charles Michel, se sumaba a la fiesta de la hipérbole: «Hago hoy un llamamiento para un pacto fundador, nuevo, por una Europa más fuerte, por unos Estados Unidos más fuertes, por un mundo mejor».Por un momento, parecían frases calcadas de las declaraciones de aspirantes a Miss Europa. Por otra, es cierto, contrastaban con el calificativo de «asesino» que el primer ministro de Luxemburgo dedicó a Trump.
Para Von der Leyen y sus compatriotas alemanes, el retorno de EEUU —según Biden, «para guiar de nuevo al mundo»— es también un alivio. Donald Trump había planeado reducir el número de tropas norteamericanas estacionadas en suelo alemán (12.000), algo que provocó el pánico en Berlín, que nunca ha ocultado preferir la protección norteamericana antes que confiar en la «autonomía estratégica» europea defendida por el presidente Emmanuel Macron.
Desacuerdo París-Berlín
París y Berlín, supuesto motor del continente, difieren en cuanto al grado de autonomía que la UE debe tener dentro de la OTAN. Macron, que sacudió la atención de sus colegas de la alianza militar con su declaración de «muerte cerebral de la organización», protagonizó también un enfrentamiento verbal a través de la prensa con la ministra alemana de Defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer, conocida como AKK. El mandatario galo ha manifestado en varias ocasiones que Europa no será respetada por EEUU si no es soberana en materia de defensa. AKK considera «ilusoria» la idea de una autonomía estratégica europea.
Berlín respira tras la salida de Trump de la Casa Blanca. El expresidente no solo amenazaba el poderío de las exportaciones alemanas, sino que exigía a Angela Merkel una implicación financiera mayor en el presupuesto de la OTAN. Ese 2% del Producto Nacional Bruto, que Trump reclamaba a los miembros de la OTAN, no será alcanzado por Alemania hasta 2031. Lo que no es seguro es que el nuevo mandatario norteamericano no siga pidiendo lo mismo, aunque, eso seguro, con palabras menos abruptas.
Al rechazo de una mayor autonomía europea en asuntos militares, se ha sumado siempre —como sin duda le exige su puesto— el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, para quien «la unidad europea no puede reemplazar a la unidad transatlántica». O más claramente, según sus propias palabras, «la UE no puede defender a Europa», y para explicarlo, aclara que el 80% de los gastos de la organización militar provienen de países ajenos a la UE: Estados Unidos, Canadá, Islandia, Noruega, el Reino Unido, tras el Brexit, y Turquía.
El noruego Stoltenberg espera que Joe Biden acabe con las disputas internas dentro de la organización, calme a los franceses, exija de nuevo una mayor aportación económica a sus miembros y, como comandante de hecho de la alianza militar, imparta las órdenes a seguir en el futuro.
Los medios de prensa franceses no dejan de subrayar la francofilia del huevo secretario de estado norteamericano, Anthony Blinken, que estudió de joven en París y habla perfectamente la lengua de Flaubert. Pero lo cierto es que el desenganche de Trump de Europa, sus exigencias y su, a veces, desprecio, propiciaba un tímido camino para una cierta autonomía militar y política con la que sueña Macron, no solo por seguir en parte la senda marcada por Charles De Gaulle, sino por intereses particulares que París considera hoy primordiales.
Turquía y new START
Cuando el jefe del Estado francés habló de la muerte cerebral de la OTAN, pretendía sacudir la flojera de sus aliados ante la expansión militar de Turquía. La guerra verbal entre Macron y Racep Tayyip Erdogan desbordó los límites de lo esperado entre socios militares. El relevo en la Casa Blanca quiere ser aprovechado por Ankara para calmar los ánimos, pero el papel de Turquía y, especialmente, la compra de los misiles S-400 rusos, volverá a la mesa de discusión entre los 30 aliados transatlánticos.
Mientras tanto, Grecia, el enemigo número uno de Turquía en el Mediterráneo y dentro de la OTAN, espera ya los 18 cazas Rafale franceses y los nuevos F-16 norteamericanos. En otro reflejo de la discordancia entre miembros de la alianza, Atenas multiplica sus acuerdos con terceros países.
Tras la firma de pactos estratégicos con Emiratos Árabes Unidos, India y Egipto, Grecia acaba de firmar otro con Israel para crear y explotar una escuela de pilotos en la isla de Kalamata, uno de los escenarios de las disputas con Ankara. El acuerdo se ha cifrado en 1.800 millones de dólares, durará 20 años e incluye diez aviones de entrenamiento M-346, un derivado del Yakovlev Yak-130, desarrollado en cooperación ruso-italiana.
La OTAN espera que Biden ayude a suavizar las disensiones entre sus miembros, pero el nuevo mandatario norteamericano tiene antes que tomar una decisión sobre otro punto que atañe directamente a sus aliados, como es la renovación del acuerdo New START que limita los arsenales nucleares de EEUU y Rusia a 1.500 ojivas cada uno. Biden parece partidario de renovar por cinco años el pacto, que expira el 5 de febrero. Algunos de sus asesores prefieren extenderlo solo por uno o dos años, para poder negociar otras concesiones con Moscú.
El ‘affaire Navalni’ como elemento de presión a Rusia
Rusia es, según lo escrito en el informe 2030 de la OTAN, y según lo declarado por Joe Biden, el enemigo principal de Estados Unidos y de la organización militar. El affaire Navalni sirve de palanca para utilizar la cancelación del proyecto gasístico Nord Stream 2 como arma de presión y sanción a Moscú.
Angela Merkel se opone, de momento. París, también. El ministro francés de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, ha denunciado una «deriva autoritaria» de Rusia, tras las detenciones de los manifestantes en apoyo de Alexéi Navalni. El asunto propicia un elemento de consenso dentro de la OTAN y de la UE, pero difícilmente Francia y otros países europeos parecen dispuestos a dejarse arrastrar más allá de obligadas declaraciones de censura y sanciones menores. La celebración por la victoria de Joe Biden en Estados Unidos no puede acompañarse de cesiones políticas que determinen las futuras relaciones de Europa con Rusia.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Luis Rivas. – Excorresponsal de TVE en Moscú y Budapest. Dirigió los servicios informativos del canal de TV europeo EuroNews. Vive en Francia desde hace más de 20 años.