La campaña de vacunación contra el COVID-19 en Latinoamérica avanza a un ritmo demasiado lento y desigual, lo que va a complicar el retorno a la senda del crecimiento económico de esta parte del planeta, ya muy castigada por agudas diferencias sociales.
Sólo cinco naciones latinoamericanas comenzaron las tareas de inoculación:
- Argentina;
- Costa Rica;
- Chile;
- México;
- Brasil.
El resto de los países de la región se encuentra en etapas anteriores:
- unos, contando los días que faltan para que les lleguen los suministros ya comprados en el exterior;
- otros, negociando con las empresas farmacéuticas que ofrecen vacunas testadas;
- algunos, aguardando resignados la solidaridad internacional por falta de recursos propios.
Los problemas logísticos de producción y reparto de las vacunas, así como el acaparamiento de dosis en los países del ‘primer mundo’ están complicando sobremanera el proceso para inyectar a la gente el remedio más eficaz hasta la fecha para derrotar al odiado coronavirus.
Vacunas ¿para todos?
La operación de vacunación a escala global, inédita en la historia de la Humanidad, ha puesto en evidencia el gigantesco negocio que supone para las empresas del sector comercializar un bien que salva vidas humanas. Pero también ha significado el fiasco de un programa de solidaridad lanzado en abril de 2020 e impulsado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuyo objetivo primordial es conseguir que las naciones más pobres tengan un acceso equitativo a las vacunas
El Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19, más conocido como programa Covax, establece que Bolivia, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Guyana y Haití tendrán trato preferencial a las vacunas. Sin embargo, como denunció el propio Covax, los países productores del antídoto están dando prioridad al cumplimiento de los acuerdos bilaterales en áreas poderosas, lo que no sólo retrasa el envío de los viales, sino que también eleva el precio de las dosis y de los insumos (jeringuillas y agujas) por efecto de la implacable ley de la oferta y la demanda.
De esa manera, como subrayó el director general de la OMS, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, la vacuna contra el COVID-19 se está convirtiendo en «otro ladrillo en el muro de la desigualdad entre los que tienen y los que no tienen».
Para ejemplificar esa terrible desigualdad, Tedros dijo que ya se habían administrado 39 millones de dosis en 49 países con altos ingresos, pero sólo ¡25! dosis en Guinea, una de las naciones más pobres. Eso es una auténtica vergüenza, una verdadera inmoralidad. Sobre todo, porque significa que los jóvenes ricos europeos quedarán inmunizados antes que los ancianos pobres latinoamericanos o africanos.
Según un estudio elaborado por el Instituto de Salud Global de la Universidad de Duke (Carolina del Norte, EEUU), a mediados de enero más de 7.000 millones de dosis habían sido compradas en los cinco continentes, pero la mayoría de ellas —4.200 millones— irá a parar a los países con más dinero. En particular, un pequeño grupo de Estados que sólo representa el 16% de la población mundial ha comprado el 60% del suministro mundial de vacunas. Canadá encabeza la lista después de haber adquirido suficientes viales para cubrir más de cinco veces su población total. Sin comentarios.
En este contexto tan desigual, la creciente desconfianza entre la farmacéutica británica AstraZeneca y la Comisión Europea a cuenta de la entrega de las medicinas suena indignante por ejemplo en Honduras donde ser vacunado parece ahora un sueño inalcanzable o imposible. Las fundadas sospechas de reventa y opacidad enturbian la colaboración y redundan en más contagios y consecuentemente en más colapso sanitario y más víctimas mortales.
El desnivel es más pronunciado en Centroamérica, a excepción de Costa Rica y Cuba. Los cubanos están desarrollando, junto con Irán, su propia vacuna –mejor dicho, cuatro versiones que se encuentran en diferentes fases de ensayo clínico: Soberana 01, Soberana 02, Mambisa y Abdala. Eso ofrece a La Habana una independencia sanitaria envidiable que esquiva el bloqueo de Estados Unidos y sirve de esperanza para los Estados más pobres. El problema que subyace es la posibilidad de fallo en las etapas más avanzadas y complejas de los ensayos (la fase III en Soberana 02).
El plan de las autoridades cubanas radica en que una parte significativa de la población de la isla caribeña sea inoculada antes de que acabe el primer semestre de 2021 y que la vacuna se exporte a zonas necesitadas. Cuba cuenta con una reconocida industria de biotecnología y farmacéutica que produce actualmente ocho vacunas contra la meningitis, el cáncer de pulmón y los tumores sólidos, entre otras.
Distribución equitativa
La plataforma Covax debería empezar en febrero la distribución de los fármacos inyectables con la premisa de que los países más pobres y de ingresos medios recibirán la mayoría de ellos. Los números hablan de que para finales de este año recién estrenado se deberían entregar 1.300 millones de dosis a los 92 países menos favorecidos, entre ellos algunos de Latinoamérica.
Pero el programa no ha respondido con suficiente rapidez, pues ha tardado en cerrar acuerdos para las vacunas. ¿Por qué? Por el llamado ‘vacunalismo’ o «nacionalismo de las vacunas», por el que los países más desarrollados acaparan los primeros lotes de soluciones inyectables sin esperar al resto de la comunidad internacional. Al citado caso de Canadá podemos incluir el del Reino Unido que ha reservado dosis por encima del número de sus habitantes.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) también colabora en el programa a través de su Fondo Rotatorio que históricamente provee de vacunas seguras y de calidad a precios asequibles a sus Estados miembros. La OPS espera que las vacunas de Covax destinadas a los lugares más pobres del planeta empiecen a llegar en marzo, con 164 millones de dosis.
El retraso resulta más que obvio. Aunque hay seis productos disponibles (Pfizer-BioNtech, AstraZeneca, Moderna, Sinovac, Sinopharm y Sputnik V), Covax sólo ha alcanzado un acuerdo con los laboratorios que fabrica la vacuna Pfizer-BioNtech, la única que hasta ahora ha logrado la validación de uso de la OMS.
En definitiva, los retrasos logísticos y el ‘vacunalismo’, unidos a las pobres políticas de salud que caracterizan a América Latina, colocan a esta región en una posición muy desfavorable que indudablemente tendrá efectos perjudiciales para el crecimiento económico de este año.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Francisco Herranz – Ha desarrollado su carrera profesional en el diario El Mundo, donde ha sido corresponsal en Moscú (1991-1996), redactor jefe de Internacional y de Edición y editorialista, especialista en Europa del Este y colaborador en varias publicaciones especializadas, desde 2010 es profesor en el Máster en Periodismo-El Mundo de la Universidad San Pablo-CEU.