Por Juan Rojo | El Chile laico de la nueva Constitución

«Me llaman místico, Don Miguel, y yo le digo: hay místicos laicos, no se equivoque, pues no es patrimonio de nadie ver el alma alterada por la belleza o despedazada por el dolor». — 

Tomás Meabe.

La actual Constitución sólo habla de cultos, iglesias y confesiones religiosas en el Art. 19° numeral 6°, donde explicita que la libertad de culto debe estar acorde a la “buena moral” y da una serie de requisitos de funcionamiento administrativo. Por su parte el Art. 1° en su 4to inciso señala: “El Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual[1] y material posible…” (Constitución Política de la República de Chile, 1980).

Por una parte, nuestra Constitución desde su primer artículo señala la obligación del Estado de velar por el crecimiento espiritual de cada una y uno de los ciudadanos y ciudadanas del país dando a entender lo primordial que es la concepción del ser humano con ente espiritual. Sin embargo, su mención carece de una definición de lo que entendemos por espiritualidad en el Chile del siglo XXI. Pero podemos inferir -quizás un juego arriesgado no siendo jurista- que para el Estado lo espiritual está en el Art. 19°, es decir, en el culto, las iglesias o las confesiones religiosas dejando de lado un sin número de espiritualidades que van más allá de un templo, una jerarquía establecida o un libro sagrado.

Si bien, la Constitución de 1925 creada post golpe de estado del ´24 y redactada en cuatro paredes por la élite amiga de Alessandri Palma, da un gran paso al separar la Iglesia del Estado, su real esencia no es llevada a cabo. La Iglesia, en su tiempo, la Católica Romana y hoy en día la Evangélica Pentecostal tienen injerencias directas o indirectas en el quehacer del Estado y sus instituciones. Como tampoco podemos ser ingenuos al estatus de defensor de la moral y las buenas costumbres, de las que se apropian las Iglesias. Un ejemplo claro, son los Te Deum Católico Romano y Evangélico Pentecostal, que más allá de orar por el bienestar del país, se sitúan simbólicamente[2] sobre el Estado y sus autoridades, respondiéndolas, aconsejándolas y poniendo sus impresiones políticas (no teológicas) sobre como dirigir a Chile.

No se puede negar la religiosidad de nuestro país y de toda Latinoamérica, pero sí, nos podemos cuestionar su impacto político, orgánico de la Republica. El profesor Agustín Squella señala, “Por su parte, laicismo es lo que se predica de alguien que es laico. Pero laico puede significar también varias cosas, según los distintos contextos de uso del término: el que dentro de una Iglesia como la católica no es clérigo; el que propicia que el Estado debe estar separado de las religiones y de las iglesias y comportarse de manera neutral frente al mensaje de todas ellas[3]” (Squella, 2018)

Me interesa reflexionar sobre el término laico, el cual no se menciona en nuestra actual Constitución y espero sea fuente de debate de la Convención Constituyente. Chile es un Estado religioso y espiritual, pero aquello no quiere decir que este supeditado a las Iglesias. Claramente las autoridades tienen sentires espirituales (representados en sus distintos matices) y lo pueden hacer públicos, debatir entorno a sus ideas y creencias, pero aquel vínculo autoridad-espiritualidad-iglesia no es garantía de la “buena moral”. Los seres humanos que no profesan la espiritualidad a través, de iglesias, cultos o confesiones religiosas, sino más bien, a un profesar agnóstico, ateo, ancestral u otra forma libre de espiritualidad, o psíquica, son también garantes de esa “buena moral”.

Chile debe ser un país laico en su médula como Estado, donde ninguna religión esté sobre otra. Donde la capilla en la Moneda o el Congreso Nacional dan a la iglesia Católica Romana una primacía sobre otras creencias. No puede ser que aún en el Chile del siglo XXI la Virgen del Carmen sea la “patrona del ejército” o tengamos capellanes a costa del Estado, o que se deba abrir una sesión de la Cámara Baja o Alta en nombre de dios (o Dios), obligando a algunas autoridades a ir en contra de sus propias convicciones. No puede ser que los documentos públicos muchas veces vayan con un: “Dios lo Guarde”.

No apelo a destruir la espiritualidad o la religiosidad del Chile del siglo XXI, sino más bien garantizar que la espiritualidad en el Estado y sus entidades públicas tenga el espacio para que cada una de las formas de expresión de lo espiritual o reflexivo tengan cavidad. Apelo a espacios ecuménicos donde cada funcionario público viva su reflexión espiritual, psíquica o mística como le parezca, sin la cruz, sin la virgen, sin la Biblia, sin el Corán, sin la Torá.

La nueva Constitución debe garantizar el pleno desarrollo del ser humano como un ente el biológico, psicológico, social, cultural, ético-moral y espiritual.

Es tiempo de dejar de jurar por dios.

Es tiempo de dejar los Te Deum.

Es tiempo de sacar los artículos religiosos.

Es tiempo de dejar de abrir o cerrar sesiones en nombre de Dios.

Es tiempo de que el Estado sea laico en su esfera pública, pero garantice el derecho inherente de todo ser humano de creer o no creer, de reflexionar o no reflexionar místicamente o de meditar o no meditar.

Es tiempo de que los espacios espirituales, que todo funcionario público quiera vivir, se garanticen en un espacio ecuménico y neutral. Es tiempo que las escuelas públicas comience a formar ciudadanos éticos y morales más allá de la clase de religión.

En definitiva, el Estado del siglo XXI debe ser de esencia y matriz laica, pero sin perder el foco la libertad que tiene todo ser humano de vivir su espiritualidad como su conciencia, corazón o mente le señale.

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  • [1] Subrayado del autor.
  • [2] El púlpito está unos escalones más alto que las autoridades quienes simbólicamente escuchan el sermón, la reprimenda y obtienen el perdón.
  • [3] Subrayado del autor.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Por Juan Rojo – Cursó estudios de Psicología y Teología. Es Árbitro Profesional de Fútbol y Técnico en Logística. Fue director de la Revista 95 Tesis de la Pastoral Juvenil de la Iglesia Evangélica Luterana de Chile y Secretario Nacional de la Misma Institución. Actualmente es miembro no activo de la Iglesia Evangélica Luterana de Chile, considerándose un luterano por convicción y política, además de militante de Convergencia Social.