La desesperada salida de Kabul de los soldados de EEUU y la OTAN, con su bandera enrollada, mientras los talibanes se adueñan de la capital de Afganistán, es un calco de la desastrosa salida de Saigón hace casi medio siglo.
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Las imágenes de cientos de personas colgadas de un enorme Hércules que ya avanzaba sobre la pista recuerdan esos días finales de abril de 1975, cuando un helicóptero evacuaba civiles de un edificio en Saigón, una postal de la más grave derrota militar en la historia del país norteamericano, y la que explica la caída de Kabul hoy.
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20 años, 2.400 soldados muertos y 800.000 millones de dólares después, Joe Biden, preside la catastrófica derrota. Hace menos de un mes, el presidente defendía su decisión de terminar la participación en Afganistán antes del 31 de agosto, diciendo que el triunfo de los talibanes, movimiento proscrito en Rusia, no era inevitable.
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Pero en una semana, el ejército afgano colapsó, y lo que parecía un plan regulado y acordado, resultó ser otra bochornosa y apresurada salida.
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Como Gerald Ford contemplando la caída de Saigón, Biden ha perdido la guerra que comenzó hace 20 años, después de los ataques terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre, con consecuencias que cambiarán el juego para siempre en Medio Oriente y en el mundo.
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¿Cómo puede ser que no aprendieron nada?
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Cuando las tropas de EEUU y de la OTAN entraron a Afganistán en 2001, todo parecía ser un paseo. Las heridas de Vietnam parecían curadas. Los talibanes desaparecieron de Kabul y se retrajeron a Pakistán.
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Pero a pesar de las toneladas de bombas que cayeron sobre ellos, poco a poco fueron recuperando su poder. En febrero de 2020, Donald Trump, consciente del fracaso, decidió firmar un acuerdo con los talibanes para buscar un gobierno de coalición e iniciar la salida de las tropas. Joe Biden decidió terminar la presencia de EE UU antes del 11 de septiembre. El final estaba cantado.
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El secretario de Estado, Anthony Blinken, se apresuró a decir que Kabul no era Saigón. En parte es cierto y en parte no: una derrota es tan derrota como la otra, pero la decisiva fue la primera. O mejor dicho, Kabul es la consecuencia de Saigón. Sin Saigón no hubiera habido Kabul, pero después de Saigón habrán muchos Kabules más.
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Vietnam fue la madre de todas las derrotas: en una década, de 1965 a 1975, 58.000 jóvenes estadounidenses murieron, con un promedio de edad de 23,1 años. En Afganistán murieron 2.400. En Vietnam sirvieron 2,7 millones de soldados y en Afganistán, en 2010, el pico de la guerra, hubo 100.000.
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Cincuenta años bajo la sombra de la catastrófica derrota
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El mundo de Vietnam era otro. En 1949 triunfaba la revolución de Mao Tse Tung en China y las guerrillas de Ho Chi Minh ganaban en Vietnam del Norte. Europa estaba destruida y los viejos imperios se batían en retirada: el Reino Unido abandonaba India en medio del caos de la partición con Pakistán, Francia se retiraba de Vietnam y poco tiempo después de Argelia; en el curso de pocos años, toda África conquistaba su independencia.
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EEUU estaba en su apogeo. Se consideraba —erróneamente— el airoso ganador de la Segunda Guerra Mundial y, creyendo que podía reemplazar a los viejos imperios, sustituyó a los franceses en Vietnam.
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No obstante, el mundo de posguerra demostró ser alérgico a los imperios, incluido EEUU. Los marines ganaron batallas decisivas, como la ofensiva del Tet en 1968, pero cada victoria aproximaba su derrota.
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Las analogías con Afganistán son sorprendentes: en 1954 el general Vo Nguyen Giap derrotó al imperio francés en la batalla de Dien Bien Phu y 21 años después volvió a hacer lo mismo en Saigón. En 1989, Afganistán forzaba al Ejército Rojo de la Unión Soviética a retirarse después de 10 años de ocupación y 32 años después, expulsa a EEUU.
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Las razones de la derrota están en casa
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Sería un error mirar solo a las selvas asiáticas, o a las inhóspitas montañas afganas para evaluar por qué el ejército más poderoso del mundo volvió a morder el polvo de la derrota.
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La razón de fondo estaba y está en casa: en las décadas de 1960 y 1970 fue la rebelión de la juventud la que le hizo perder la guerra. Fue Woodstock, fue Muhamad Ali negándose a alistarse, fue el colapso de la disciplina militar.
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El Ejército de EEUU nunca se pudo recuperar. El Pentágono terminó el servicio militar obligatorio y mejoró su tecnología para evitar el descontento de sus jóvenes, combatiendo guerras sin hombres, usando drones para arrojar toneladas de bombas, y contratando mercenarios para pelear sus guerras.
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Pero, como dijo el pensador militar Carl von Clausewits, «la guerra es la continuidad de la política por otros medios». Por más modernos misiles que se tengan, las guerras se pierden si son ampliamente impopulares, si generan la resistencia de un país entero y sus vecinos, y, sobre todo, si no despiertan el más mínimo entusiasmo ni involucramiento de parte de su propio pueblo.
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Esta vez solo hubo 2.400 muertos en 20 años —a razón de 120 por año— mientras que, en Vietnam, el arribo de 58.000 cajones en una década —casi 6.000 anuales— hizo perder la guerra. Lo irónico es que ahora tampoco pudieron ganar, porque fue una guerra lejana, por la cual nadie puso el cuerpo ni el entusiasmo.
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¿Quién ganó y quién perdió?
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Este agosto se cumplen 30 años del golpe de Estado contra Mijaíl Gorbachov que precedió la disolución de la Unión Soviética, el 31 de diciembre de 1990. Como hizo al terminar la Segunda Guerra Mundial, EEUU se apresuró a apropiarse de lo que consideró su triunfo: ganaba el capitalismo resplandeciente por sobre el socialismo en crisis.
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Pero 30 años no son nada, y antes de que se hagan las acostumbradas reflexiones demostrando por qué la URSS estaba condenada al fracaso al tiempo que la floreciente democracia estadounidense estaba condenada al éxito, conviene revisar el último medio siglo de la potencia mayor del mundo.
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Después de Vietnam, EEUU sufrió derrota tras derrota: en 1979, solo cinco años después de Saigón, caía el Sha de Irán, último gendarme de EEUU en Medio Oriente, lo cual abrió un vacío de poder que continúa hasta hoy.
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En 1979 también caía Anastasio Somoza en Nicaragua, lo cual convirtió Centroamérica, el patio trasero de EEUU, en una zona liberada. En los siguientes cinco años, cayeron todas las dictaduras del Cono Sur latinoamericano, y se abrió un periodo de democracia tan amplio como América Latina nunca conoció.
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Así pues, el final de los imperios en la posguerra terminó llegando a EEUU, que se presentaba ante el mundo como el triunfador de la contienda.
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Lo que hace a EEUU perder las guerras es su decadencia global, que no es solo militar. Mejor dicho, su decadencia militar es una consecuencia de su decadencia en todos los terrenos.
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Hagamos un rápido repaso. El reconocido profesor Vaclav Smil, en su libro Los números no mienten: 71 historias para entender el mundo, reseña algunas cifras:
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EEUU es el único país desarrollado sin un sistema de salud universal. Hay que agregar que es el único país rico donde las mujeres no tienen licencia de maternidad paga.
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Los resultados de 2018 de las pruebas PISA que miden el desempeño educativo para estudiantes de 15 años, muestran que EEUU está por debajo de Rusia, Eslovaquia y España, muy lejos de Canadá, Alemania y Japón.
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La mortalidad infantil, con seis muertes a lo largo del primer año por cada 1.000 nacimientos vivos, es superior a la de Francia (4), Alemania (3), Japón (2). Entre los 200 países del mundo, EEUU no figura entre los primeros 25. Su tasa de mortalidad infantil es superior un 50% a la de Grecia, un país que ha sufrido todo el horror de la crisis financiera.
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La esperanza de vida de EEUU, de 79 años, no está dentro de los 24 primeros países del mundo y se sitúa por detrás de Grecia (81) y Corea (83), menos que sus vecinos canadienses. Pero esta cifra es anterior al informe del Centro de Control de Enfermedades —CDC, por sus siglas en inglés—, según el cual la expectativa de vida al nacer cayó en 2020 1,5 años (77,3), la caída más abrupta desde la Segunda Guerra Mundial. La expectativa de vida para los hispanos y negros cayó el doble: tres años.
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En síntesis: «En EEUU es más probable que los bebés mueran y es menos probable que los alumnos de educación secundaria aprendan más que sus iguales en otros países ricos», concluye Vaclav Smil.
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La fragilidad interna del imperio en el último medio siglo, desde Vietnam en adelante, es la causa de sus derrotas, a pesar de sus sofisticadas armas y de su dominio financiero y tecnológico.
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El colapso de Afganistán deja un caos y un vacío en Oriente Medio de consecuencias imprevisibles. Pero así como Vietnam precedió a Irán, Nicaragua y la caída de las dictaduras latinoamericanas, las consecuencias del debilitamiento de EEUU se harán sentir en todo el mundo y en América Latina.
LA OPINIÓN DE LA AUTORA NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Patricia Lee Wynne – Jefa de redacción Sputnik
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