Por José Negrón Valera | Zuckerberg y el metaverso: la continuación de la guerra por otros medios

Los ojos cerrados de Biden durante la reunión mundial para el debate de los riesgos y mitigación del cambio climático ya nos lo advirtieron. Las megacorporaciones y el sistema capitalista de desarrollo expansivo no piensan ser cambiados.
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A pesar de las consideraciones que viene haciendo desde hace años el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC) y que son reafirmadas en su sexto informe, la única solución para que la humanidad no vea amenazada su existencia para el año 2030 es un cambio drástico del modelo de producción, consumo y crecimiento infinito.
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En el panorama mundial, esta es una de las tres noticias más importantes. Las otras dos, son Taiwán y el anuncio de Mark Zuckerberg de cambiar el nombre de su compañía matriz y adentrarse en lo que considera será la próxima gran revolución tecnológica.
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Por supuesto, todo está conectado. La casi segura reunificación del territorio de la China continental y Taiwán dejará a Estados Unidos expuesto como lo que es, un imperio militar en declive que se bate en retirada por tratar de conservar a sus aliados cada vez más escasos y un patrón civilizatorio que solo se mantiene gracias a su hegemonía en la industria cultural y las redes financieras.
Este panorama no implica que en el estrecho tramo de mar que separa a Taiwán de China reine la certidumbre. Se trata del territorio donde comenzará a desarrollarse un particular y silencioso laboratorio de prospectiva y cálculo de fuerzas para determinar hacia dónde apuntarán las tendencias militares de control de recursos y la naturaleza de las próximas guerras.
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En un futuro marcado por el agotamiento de las fuentes de recursos y un calentamiento global que provocará migraciones forzadas, sequías y presiones brutales sobre los Estados nación, las guerras serán cada vez menos directas y buscarán atizar las vulnerabilidades y contradicciones internas de los objetivos elegidos. Y es allí donde vale la pena evaluar el anuncio de Mark Zuckerberg.
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El metaverso: la declaración de la guerra imaginacional
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La próxima gran guerra no solo se plantea en el plano material y cruento, sino en el incruento e imaginacional. Y ya, Mark ha hecho su declaración de comienzo de las hostilidades.
La idea del metaverso no es nueva, ni Facebook es la única embarcada en el proyecto. En estos momentos abundan, literalmente, miles de artículos que van de la aparición del concepto, hasta las potencialidades que dicha tecnología ofrecerá. La publicidad y el control sobre la información hace por supuesto que exista una campaña de posicionamiento favorable, sin que apenas se mencionen las implicaciones de carácter psicopolíticas que tendrá. Por demás está decir, que si Estados Unidos sabe que debe acelerar su reacomodo militar para hacerle frente a China y Rusia, es necesario, también, pegar primero en cuanto al desarrollo e implantación del próximo gran estándar en la industria tecnológica y cultural. Esa hegemonía, saben, no pueden cederla.
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Allí radicaron las presiones de las grandes industrias tecnológicas de Silicon Valley para ir contra Huawei y cualquier empresa que amenazara el control sobre las redes 5G.
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Meses antes de que estallara la pandemia del COVID-19 y el sistema económico y social del planeta fuese hackeado, señalamos la emergencia de una nueva guerra que llamábamos Imaginacional.
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Un «conflicto cuyo campo de batalla es la cultura y donde el arma son las nuevas tecnologías de comunicación e información. Donde se lucha por y para la hegemonía simbólica, es decir, para instaurar una determinada forma de concebir e interpretar el mundo«.
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Ya decenas de think tanks como Next Group, dirigido por Melinda Davis, han ido al fondo de las aspiraciones de la sociedad occidental a través de su Proyecto del Deseo Humano. Tavistock, por su lado, ha hecho lo propio indagando a través de sus matrices de sueños colectivos, cómo la pandemia se encuentra reacomodando la psiquis de poblaciones enteras. Las grandes corporaciones y sus centros de pensamiento saben algo desde hace tiempo y tiene que ver con que:
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«La gran acción de nuestra vida no tiene lugar en el universo concreto y material, sino en el mundo inasible del pensamiento, la imagen y la idea. Este fenómeno absolutamente extraordinario por el cual la realidad interior se vuelve más apremiante, más real que la exterior, se ha apoderado de la corriente principal de la experiencia humana. La misma realidad se ha vuelto mental. Se podría decir que el futuro está en el cerebro», tal como apunta Melinda Davis.
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Cuando leemos las reseñas sobre la descripción del metaverso, usualmente se nos quiere vender como «una extensión de internet», una «experiencia inmersiva capaz de volver el ciberespacio algo menos plano», «interacción más cercana a la experiencia real entre seres humanos». Se nos vende como una utopía necesaria e inevitable.
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Cortar de raíz con la cháchara de la mercadotecnia es el primer paso para hacer una radiografía sincera y descarnada de la nueva agenda en que se pretende embarcar a la humanidad.
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La hipótesis es simple: ya vivimos en un metaverso tan sutil, tan quirúrgicamente planificado, que es invisible. Se convierte en nuestra cotidianidad, se vuelve parte de nuestra naturaleza.
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Tal y como lo ha demostrado hasta la saciedad decenas de expertos que han trabajado para Facebook y Google, los gigantes tecnológicos se encuentran bastante al corriente de cómo el cerebro humano se vuelve adicto al uso de las aplicaciones digitales y cómo estas deben ser programadas para acrecentar dicha dependencia.
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Tristan Harris, quizá una de las voces críticas más famosas, considera que los gigantes de la industria tecnológica «están moldeando los pensamientos, sentimientos y acciones de las personas. Ellos son personas de programación. Siempre hay esta narración de que la tecnología es neutral. Y depende de nosotros elegir cómo lo usamos. Esto simplemente no es verdad (…) Quieren que lo use de maneras particulares y por largos períodos de tiempo. Porque así es como hacen su dinero».
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Ramsay Brown, un programador experto en neurociencia es más enfático, comenta que «un programador de computadoras que ahora entiende cómo funciona el cerebro sabe cómo escribir código que hará que el cerebro haga ciertas cosas». Y concluye que los usuarios de redes sociales:
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«Son conejillos de indias en la caja presionando el botón y algunas veces obteniendo ‘me gusta’. Y lo están haciendo para mantenerte allí. Cuanto más miramos nuestras pantallas, más recopilan las compañías de datos sobre nosotros y más anuncios vemos. El gasto publicitario en las redes sociales se ha duplicado en solo dos años a más de 31.000 millones de dólares. No pagas por Facebook. Los anunciantes pagan por Facebook. Puedes usarlo gratis porque tus globos oculares son lo que se vende allí».
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¿Una realidad simulada que vivimos como real? Vaya que al menos para los venezolanos, no resulta tan descabellado. Aunque sería una buena idea lanzar algunas pruebas.
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Y no se trata de cómo Cambridge Analítica manipuló la percepción de los electores para que votaran por Trump, o las protestas en Cuba modeladas por redes sociales, o la limpieza de imagen del Estado Islámico presentándolos en la mejor jerga de Hillary Clinton como «luchadores por la libertad». Hablamos de la instauración de un régimen de «realidad ficcionada» donde existe una «catástrofe de lo imaginacional», como lo describe el antropólogo Marc Auge. Es decir, la ausencia de saber qué es realidad y que no.
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Venezuela en el metaverso del odio
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El capítulo El hombre contra el fuego de la serie BlackMirror es particularmente ilustrativo en este aspecto.
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En él, un soldado es conminado a matar lo que consideran cucarachas. Se las describe como monstruos que tienen un defecto en su sangre. Se les acusa de causar todos los males sobre el mundo, la única solución es exterminarlas. El soldado tiene su primer encuentro con esas cucarachas y ejecuta la orden de aniquilación. No puede ser distinto, sus ojos (que contienen una interfaz de realidad aumentada que llaman Máscara) perciben dichas entidades como seres repulsivos y abominables. Luego de la matanza, consigue un dispositivo que emite una fuerte luz que lo paraliza por unos segundos. El soldado, sin saberlo, ha sido hackeado y su sistema de enmascaramiento de la realidad deja de funcionar. Ya con el sistema caído, la próxima ocasión en que combate contra estas cucarachas, se da cuenta de que son seres humanos igual que él, sin ninguna diferencia. La tecnología militar solo le ha servido para anular toda capacidad de empatía y evitar los juicios morales a la hora de ejecutar las masacres que se le ordenan.
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En Venezuela, durante los últimos 20 años, vivimos nuestro particular y tortuoso metaverso. Una extensión de la realidad material y concreta, al cual los medios de difusión masivo de contenido, llevaron a pasear la psiquis de más de la mitad de la población venezolana. Para más nunca volver.
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A través de una campaña sistemática de agresión psicológica, Alberto Federico Ravell, JJ Rendón, Marcel Granier como cabezas visibles de dicha operación, implementaron sin ningún tipo de escrúpulos un manual para fomentar la división y el odio social que le funcionó bastante bien al Pentágono en Yugoslavia y en Chile, por solo citar dos casos.
Convirtieron a Venezuela en el laboratorio de ingeniería social más grande del planeta y posicionaron una agenda de aniquilación del chavismo que está ampliamente documentada y que bien merecería la atención de Karim Khan, como fiscal de la Corte Penal Internacional.
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Según la experiencia que le podemos aportar desde Venezuela al mundo. Hemos vivido un sistema de manipulación de la realidad altamente sofisticado.
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Sin necesidad de interfaces suntuosas, como los lentes de realidad virtual, la disonancia cognitiva fue instalada en las redes cerebrales y llevó a muchos durante las protestas callejeras o Guarimbas, del 2014 y 2017, a perseguir y asesinar a quienes la programación les dictó eran sus enemigos.
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Este doloroso ejemplo histórico, demuestra que en lo que se refiere a la injerencia sobre la mente humana, el Metaverso no es sino la confesión con pompas y confeti de un sistema de manipulación de la conciencia humana que ya tiene tiempo poniéndose a punto.
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La cuestión es, ¿para qué? ¿Para qué querría la élite enjaular la mente del máximo de seres cuando se supone que el problema fundamental de nuestra especie es el cambio climático y la posible extinción? Puede que, tal y como nos ha enseñado la filosofía, la pregunta ya contenga la mitad de esa respuesta.

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN

Vicky Peláez Antropólogo y escritor venezolano, investigador en guerra no convencional, contraterrorismo y operaciones de información. Autor de los libros ‘Un loft para Cleopatra’, ‘Reyes y dinosaurios’ y ‘Saber y poder: el proceso de renovación académica en la UCV (1967-1970)’. Premio Nacional de Literatura “Stefanía Mosca” 2018. 

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