En América Latina hay esposas de presidentes que habitan el rol de primera dama cómodamente; otras que se adjudican el cargo —aunque en su país no exista—; o las que, por el contrario, piden no ocuparlo. Tal es el caso de Irina Karamanos, pareja del candidato chileno de izquierda Gabriel Boric, que reavivó una polémica con historia en la región.
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En los países que existe por ley, norma, reglamento o tradición el rol de primera dama, se trata de un cargo público que no es electo, sino que recae en quien sea la pareja del presidente, o en caso de no tenerla, en una mujer familiar cercana. Quienes ostentan el título deben cumplir funciones protocolares. Generalmente, acompañan al presidente en viajes oficiales, encabezan organizaciones o fundaciones benéficas, o participan en instituciones del Gobierno, casi siempre en las que refieren a los cuidados —como las de salud y educación—.
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El cargo de primera dama no nació en América. Pese a que el título de reina consorte —que refiere a la esposa del rey— había llegado junto a la conquista y la monarquía española, se adaptó el término luego del nacimiento de algunas jóvenes repúblicas y gobiernos independentistas en la región.
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Fue la periodista Mary C. Adams, del diario The Independent, quien en 1877 se refirió a Lucy Webb Hayes, esposa del expresidente de Estados Unidos, Rutherford B. Hayes (1877-1881), como «la primera dama de la tierra». Pero algunos estudios sugieren que el término se adoptó aún antes, en 1849, para referirse a Martha Washington en su funeral, la esposa de George Washington (1789 y 1797), el primer presidente del país.
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Bajo este designio, muchas primeras damas del mundo han ocupado el rol y dejado su propia impronta —como Eva Perón, la segunda esposa de Juan Domingo Perón, tres veces presidente de Argentina (1946-1952, 1952-1955 y 1973-1974)—. Otras lo han cuestionado —como Michelle Obama, esposa del expresidente estadounidense Barack Obama (2009-2017)—, y otras, directamente lo han rechazado. Este último grupo de mujeres ha sido el que ha debatido sobre el verdadero rol que debe tener la compañera del presidente en la administración del Estado. Algunas se preguntan, incluso, si lo ha de tener.
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Irina Karamanos, cientista social y pareja del candidato de izquierda a la presidencia de Chile, Gabriel Boric, fue la última en desatar la polémica en torno al tema. Consultada al respecto, en un programa de televisión local aseguró que el cargo de primera dama «merece ser repensado». Karamanos considera que «han cambiado muchísimas cosas, y creo que así también hay que repensar el poder y las relaciones que emergen de él».
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Karamanos no ha sido la única mujer pareja de un presidente o candidato que ha criticado el rol. En México, Beatriz Gutiérrez Muller, se quitó el título de primera dama cuando su esposo, Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia en 2018. Durante la campaña electoral había explicado que lo consideraba «clasista», y había pedido «comenzar a pensar y actuar diferente».
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«Pongamos fin a la idea de la primera dama porque en México no queremos que haya mujeres de primera ni de segunda», dijo y aclaró que su prioridad era seguir siendo profesora universitaria, investigadora y escritora.
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Poco tiempo atrás, el expresidente de Ecuador Rafael Correa (2007-2017) suprimió el rol de primera dama, porque «es una función sexista y al no ser votada por el pueblo no tiene por qué tener un rol político». Sin embargo, su sucesor, Lenín Moreno (2017-2021) lo restauró. El actual presidente del país, Guillermo Lasso, otorgó el título a su esposa, María de Lourdes Alcívar.
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En Argentina —donde la figura de primera dama no está contemplada en ningún marco legal pero existe una tradición de ostentar el cargo—, el debate se instaló unos años antes. Cuando en 2003 Néstor Kirchner llegó a la presidencia, su esposa, la expresidenta Cristina Fernández (2007-2015), se cambió el título al de «primera ciudadana». Cuando ella fue electa para gobernar el país, Kirchner, que era diputado, bromeaba con la idea de ser primer caballero —el título homólogo para esposos—.
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En Venezuela, cuando Nicolás Maduro ganó las elecciones en 2013, denominó a su esposa Cilia Flores como «primera combatiente». Desde ese momento, las instituciones públicas y el partido de Gobierno la llaman así.