Porque en Chile se está viviendo un gran cambio político, inédito a nivel internacional: con la participación de 155 convencionales elegidos para redactar una nueva constitución política, los que en su gran mayoría provienen del mundo social y son independientes. Se está desmontando un sistema neoliberal que se implantó por la fuerza de las armas en dictadura, perpetuándose con la Constitución de 1980, escrita básicamente por Jaime Guzmán y un pequeño equipo, y cuya vigencia se ha extendido por más de 30 años, más allá del término del régimen militar.
A partir de la explosión social de octubre de 2019, millones de personas se movilizaron exigiendo poner fin a un sistema excluyente, que concentró la riqueza en un escaso grupo que representa el 1% de la población y que concentra más del 30% del PBI, en un sistema impuesto por la Constitución de Pinochet, que mercantilizó los derechos fundamentales, como salud, educación, seguridad social, vivienda, los que fueron dejados al mercado, como oportunidades de negocio y lucro para los agentes económicos privados. El Estado Subsidiario instaurado limitó las políticas públicas, pues sólo actúa en ámbitos que no interesen a los privados. La fiscalización ha sido prácticamente nula y las élites políticas que articularon la transición política fueron permeadas por la ideología neoliberal convirtiéndose en eficientes administradores del modelo.
Culturalmente, se advierte frente al plebiscito de salida que estamos en una dicotomía, por una parte, el Rechazo de los que normalizaron el sálvese quien pueda y, por otra, el Apruebo de los que han recuperado la esperanza de una sociedad más digna y equitativa.
Durante 30 años, la connivencia de las élites políticas de izquierda y derecha, significó compartir poder con un conveniente binominalismo. Los partidos y las élites políticas mantuvieron relaciones impropias con los grupos económicos y el tráfico de influencias se impuso como tendencia entrópica, que estalló con sucesivos escándalos por corrupción que fueron deslegitimando en forma transversal las instituciones, siendo los casos más recientes los de financiamiento ilegal de la política y malversación de fondos reservados por parte de las instituciones de la Defensa Nacional.
Pese a que comunicacionalmente el modelo desplegaba su poder mediático para vender una imagen de éxito, que hablaba de que éramos un oasis de orden dentro de la región, ese negacionismo oficial no pudo frenar la explosión social de octubre 2019, y el sistema tuvo que abrirse a un cambio de Constitución, lo que condujo al proceso constituyente que está pronto a culminar en un plebiscito de salida, que se realizará el 4 de septiembre de 2022.
El proceso constituyente ha debido afrontar desde su génesis las acciones reaccionarias de quienes verán afectados sus privilegios y que normalizaron por 50 años un sistema inhumano y depredador de la naturaleza. En esto se ha unido la derecha y las élites de pseudo izquierda que fueron cooptadas por el modelo neoliberal y hoy integran el “partido del orden” que se resiste a los cambios profundos en ciernes. El individualismo es la gran barrera cultural a salvar, ya que ha sido la tónica de la convivencia y destructor de la cooperación y la buena vecindad. Sin embargo, ese sálvese quien pueda va de salida, y durante la pandemia comprobamos que emergió nuevamente la solidaridad barrial, se ha vuelto a valorar lo colectivo, la colaboración. Culturalmente, se advierte frente al plebiscito de salida que estamos en una dicotomía, por una parte, el Rechazo de los que normalizaron el sálvese quien pueda y, por otra, el Apruebo de los que han recuperado la esperanza de una sociedad más digna y equitativa.
Haber transitado con éxito la pandemia, instalando, con un 80% de los votos, la Convención Constitucional que asumió en Julio de 2021, nos hace, en la recta final, apreciar esa mirada colectiva que ha abierto caminos para un país distinto. Se ha extendido como una gran ronda por la vida, porque hubo que sobrevivir y salir jugando, caminando codo a codo hacia un país decente, en el que recuperemos las confianzas, rotas por una corrupción desvergonzada, que se ha conocido por décadas y en impunidad.
Chile despertó en octubre de 2019 y este 4 de septiembre en el plebiscito de salida, procurará poner punto final a la Constitución del dictador y abrir las grandes alamedas para un país decente. El proceso histórico que hemos vivido ha demostrado que la gran palanca para construir una efectiva en paz social, ha sido la consciencia de los pueblos que han luchado por justicia, reencontrándonos con nuestras raíces, con un reconocimiento a nuestros primeros pueblos, incorporando la paridad de género, consagrando el respeto a la Vida y la Naturaleza.
En Chile se vive una experiencia inédita: fuimos desde la dictadura el laboratorio donde se aplicó el capitalismo neoliberal más salvaje, que permitió monopolios y abusos a todo nivel; ahora, somos los que nos estamos sacudiendo, democráticamente, ese modelo, para instalar reglas del juego con equilibrios de poder, desconcentración de la riqueza, un Estado Plurinacional, Social de Derecho, Descentralizado y Participativo.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Por Hernán Narbona Véliz – Periodista. Corresponsal del Diario La Razón en la V Región. Administrador Público, Especialista en Aduanas y Comercio Internacional. Secretario de la Mesa Coordinadora de DDHH de Valparaíso.