Corrupción y falta de estrategia: el resumen de cien años de espías de EEUU en México

Con base en archivos, reflexiones académicas y entrevistas con sus actores, el doctor en ciencias políticas Carlos Pérez Ricart presenta su último análisis de la historia política de México en relación con Estados Unidos, el libro ‘Cien años de espías y drogas: La historia de los agentes antinarcóticos de Estados Unidos en México’.
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Por Samuel Cortés Hamdan
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A través de la revisión puntual de los casos de cuatro espías antidrogas estadounidenses que establecieron cotos de influencia en territorio mexicano, el autor exhibe que la política contra el narcotráfico de Washington no sólo está lejos de ser unitaria, coherente, continua y científica, sino que sus decisiones, muchas veces producto de la improvisación, han costado vidas humanas de ambos lados de la frontera, así como el derroche de millones de dólares y el condicionamiento de centenas de trabajadores.
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Conversamos con Pérez Ricart para profundizar en la comprensión de los alcances y críticas subyacentes del libro, publicado en junio de este 2022.
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Más improvisada que racional, la política antidrogas de EEUU

«La política antinarcóticos de Estados Unidos ha sido menos coherente y menos racional de lo que comúnmente se había pensado, y es más el resultado de conflictos internos, de la improvisación, que de un plan racional», declara el politólogo.
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Esta evidencia somete a crisis la interpretación tradicional de que la guerra contra las drogas, pretextada por Washington para interferir en asuntos mexicanos, colombianos, panameños o nicaragüenses, entre otros focos, ha sido conducida con cálculos precisos y con base en metodologías definidas, añade.
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«Está llena de rupturas, de discontinuidades y esa improvisación por parte del aparato de seguridad del país más poderoso del mundo es en parte culpable, en efecto, de mucha de la violencia que generó la guerra contra las drogas, no el consumo de la droga sino los intentos por frenar su tránsito a lo largo y ancho del continente», apunta.
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En su genealogía de las políticas de trasiego y prohibición de narcóticos, Pérez Ricart señala que el consumo y tránsito de sustancias como el opio pasó de ser un problema local en puntos fronterizos entre México y Estados Unidos, como el enlace entre Mexicali y Caléxico, a uno de los sustentos de la estrategia y el discurso de mano dura de políticos conservadores como el presidente Ronald Reagan.
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Lo que empezó como un problema de entretenimiento en los cabarets regenteados por comunidades chinas en sitios como Tijuana, exhibe el también docente, devino instrumentación de políticas intervencionistas en las que los agentes antinarcóticos han llegado a enseñorearse al grado de vulnerar la soberanía, la toma de decisiones policiales, la impartición de justicia y el estado de derecho en países receptores.
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¿Hipocresía o ineficacia?

A pesar de que las decisiones de la llamada lucha contra las drogas han involucrado históricamente al Departamento de Justicia o el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, o bien al propio presidente, y de que el Congreso moviliza millones de dólares para aceitar la burocracia antinarcóticos, las cifras exhiben que las sustancias siguen arribando al país norteamericano desde campos de cultivo en Sinaloa, Durango o Chihuahua, apunta en la investigación Pérez Ricart.
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Además, el texto describe cómo diferentes actores políticos y policiales impulsaron estrategias de manipulación para evitar que criterios de salud, basados en evidencia científica y experimentación, fueran los que determinaran las políticas de drogas , que en cambio se orientaron hacia el castigo, la criminalización, la discriminación y el escándalo electoral para ganar favores y votos en torno a promesas de encarcelamiento y mano dura, entre otros factores.
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«Salazar abogaba por una forma distinta de aproximarse al tema de drogas; señalaba que los adictos debían ser considerados como pacientes y no como delincuentes; pensaba también que se había exagerado el efecto negativo de la mariguana y que la detención de traficantes, por más importantes que fueran, solamente provocaba la extensión del comercio ilegal en las cárceles», detalla el autor en un pasaje, por ejemplo.
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La iniciativa de este hombre, el médico duranguense Leopoldo Salazar Viniegra, fue bloqueada por el agente estadounidense Alvin F. Scharff, a pesar de ser «el programa de política de drogas más radical de México en el siglo XX», como lo llama Pérez Ricart.
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«En pocas palabas, Salazar leyó el futuro y lo entendió todo antes que nadie», sin embargo su visión no se transformó en una estrategia de Estado para atender la drogadicción por bloqueo de Estados Unidos, señala el politólogo.
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Sin embargo, matiza en la entrevista, la hipocresía no es el único factor para entender el universo del presunto combate contra el trasiego, fracasado no en las últimas tres décadas sino en el último siglo.
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«El consumo ha crecido, los precios han bajado y las consecuencias de la prohibición son altísimas, consecuencias indeseadas y a veces deseadas, pero sobre todo indeseadas, en tanto que se dedican menos recursos a otros temas cruciales de prevención», distingue.
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La política de drogas de Estados Unidos ha derivado de la condensación de fuerzas contradictorias, entre la corrupción, la toma de ventaja sobre facultades institucionales, la presión diplomática y otros factores, demuestra el libro.
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No obstante, declara Pérez Ricart, no todos los actores son hipócritas, sino por el contrario hay quienes se toman muy en serio el discurso hegemónico de que se combate el movimiento internacional de sustancias ilícitas, en redes que históricamente han vinculado a Marsella con Veracruz o a puertos chinos con Acapulco y Mazatlán.
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Los prohibicionistas se alimentan de la prohibición

Entre más presente estuvo en México la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) del Gobierno de Estados Unidos, menos cosas se sabían de ella, acusa Pérez Ricart.
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«Era un actor del que todo mundo hablaba o habla y sin embargo del que se conocía o se conoce muy poco», apunta.
«Las métricas del éxito de la DEA son las cuentas del fracaso de México. Lo que la DEA asume como logros ineludibles de la estrategia antinarcóticos —la fragmentación de las grandes organizaciones de la droga en entes más pequeños y aparentemente más controlables— no ha sido sino el detonador de mayores oleadas de violencia criminal en todo el continente. En esa medida, la DEA es responsable directa de violaciones a los derechos humanos», acusa el autor en las páginas del libro.
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Luego de que los agentes de la DEA en México han incurrido en irregularidades contra el derecho internacional como incentivar el secuestro de ciudadanos mexicanos para entregarlos a autoridades estadounidenses sin procesos legales de extradición, en casos tan agudos que en la década de 1990 amenazaron con descarrilar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), frenar estos actos impunes no necesita sólo contrarrelatos, indica el autor, sino políticas definidas.
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«La gran tragedia de este asunto es que quienes más se benefician de la prohibición son los propios en principio detractores de las drogas, es decir, la DEA paga los salarios, pero también las pensiones, y alimenta el círculo de la prohibición», distingue.
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«Entonces, es muy difícil que solamente con una narrativa, con libros como estos, pueda cerrarse la propia lógica económica de la prohibición», añade.
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También México tiene instituciones que se benefician de las políticas de prohibición, describe, por lo que el freno a estas violencias requiere decisiones políticas coordinadas.
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Víctimas de primera y segunda categoría

Mientras anónimos ciudadanos mexicanos mueren asesinados por centenas en el marco de la llamada guerra contra las drogas, otros episodios violentos como la muerte del agente de la DEA radicado en México Enrique Kiki Camarena detonaron un atado de memoriales y homenajes, declaraciones de excelencia y políticas binacionales complejas.
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«En mi trabajo de la Comisión de la Verdad lo que más intentamos hacer es generar una narrativa que ponga a las víctimas en el centro, y tal vez no a las víctimas a las que tenemos más acceso, a las más obvias, sino a aquellas víctimas que han estado siempre descobijadas de la narrativa oficial», ejemplifica acerca de su trabajo de esclarecimiento de la llamada Guerra Sucia en México.
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A partir del caso Camarena, apunta el autor, el libro busca dar luz sobre las otras víctimas de la guerra contra las drogas, como por ejemplo los cinco policías judiciales asesinados la misma semana en que fue encontrado el cadáver del agente de la DEA, junto a otros muertos y heridos silenciados entonces e ignorados también ahora.
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Ante esta realidad asimétrica, el trabajo de periodistas, investigadores y académicos es impulsar narrativas distintas a las hegemónicas, considera, para evitar perpetrar discursos homogéneos.
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El imperialismo, entre la matriz inexorable y la complicidad local

Aunque se organicen desde el caos y la contradicción, es posible que las políticas de seguridad estadounidenses de todos modos avancen la agenda imperialista de Washington en territorios como América Latina, una región que desde su independencia ha considerado como su espacio natural de influencia.
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En este sentido Pérez Ricart matiza que, si bien existe una matriz inexorable de dominio político y policiaco de la región, no es el único factor a considerar en la relación bilateral, pues hasta el imperialismo tiene «sus propios límites, sus frenos» en su capacidad de influencia y manipulación «y necesita de aliados, de coalición, de gente que interprete eso en su propio favor«.
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«Es decir, no podría darse la dominación, no podría haber hegemonía si no hay actores locales que asimilen esas lógicas: el ejército mexicano, la PGR (Procuraduría General de la República, hoy Fiscalía), los gobernadores, la presidencia, incluso actores informales», explica.
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«Hay un aspecto híbrido entre la imposición hegemónica, imperialista, y por otro lado la apropiación que hacen actores locales hegemónicos en nuestro país de esa lógica», argumenta.
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Reflexionar para transformar

Los conflictos por narcóticos detonados históricamente entre México y Estados Unidos rebasan el marco específico de las sustancias y permiten observar las complejidades de la relación entre ambos países, distingue Pérez Ricart.
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«Estamos ante el poder más grande de la historia de la humanidad», sin embargo ha echado mano de actores locales, dice.
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La historia del trasiego de drogas, además, apunta, no sólo describe los vínculos mexicanos con Washington sino también la presencia del país latinoamericano en el escenario mundial.
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Así, abordar el problema de las drogas en México requiere discusiones que probablemente han estado mal documentadas, considera el académico, para entender procesos actuales muy enraizados en el pasado.