- Pacientes con una mayor carga de comorbilidad preexistente tuvieron un peor rendimiento físico un año después de la hospitalización por COVID-19. Este es uno de los resultados del estudio de la U. de Chile publicado en la revista científica International Journal of Environmental Research and Public Health. «Nuestra conclusión es que esta herramienta sencilla puede ser usada también por profesionales de la salud para determinar el riesgo que pueda tener una persona en términos de su salud física a largo plazo», señala Rodrigo Núñez-Cortés, académico del Departamento de Kinesiología de la Facultad de Medicina.
SANTIAGO – Dos años y medio han pasado desde el inicio de la pandemia de COVID-19, enfermedad que ha cobrado la vida de 2.8 millones de personas en el planeta y cuyo virus sigue infectando a miles de seres humanos cada día. El próximo mes el comité de la Organización Mundial de la Salud (OMS) definirá si continuamos en estado de emergencia sanitaria internacional. Mientras tanto, los especialistas recomiendan continuar con las medidas de prevención.
Quienes sobreviven al coronavirus han descrito una amplia variedad de secuelas: pueden experimentar fatiga, síntomas respiratorios persistentes, disminución de la función física y disminución de la calidad de vida hasta seis meses después de la infección. En general, los pacientes con comorbilidades se ven más afectados por el COVID-19 y tienen peor evolución clínica. Frente a este fenómeno, el kinesiólogo y académico del Departamento de Kinesiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Rodrigo Núñez-Cortés, desarrolló un método simple para determinar cómo evolucionará el paciente.
El trabajo estudió la asociación entre la puntuación del índice de comorbilidad de Charlson (CCI) después del alta con la prueba de caminata de 6 minutos (6MWT) 1 año después del alta en una cohorte de sobrevivientes de COVID-19, estudio cuyos resultados fueron publicados recientemente en la revista científica International Journal of Environmental Research and Public Health.
«Nuestros resultados indican que los pacientes con una mayor carga de comorbilidad preexistente tuvieron un peor rendimiento físico 1 año después de la hospitalización por COVID-19. Esto se hizo mediante el test de marcha de 6 minutos, que es una prueba sencilla y muy validada en el contexto clínico para evaluar capacidad física o rendimiento físico de los pacientes», dice el profesor Núñez-Cortés.
Un 60% de los pacientes que sobreviven al coronavirus presentan este cuadro que se llama «COVID persistente» o «Long COVID», que se relaciona con síntomas como la fatiga, dificultad para respirar y también problemas de movilidad. Esto en cuanto a las secuelas físicas, porque existen consecuencias psicológicas e incluso cognitivas. «Nuestro método complementa una evaluación más integral que debe contemplar salud mental y factores sociológicos. Muchos pacientes que se recuperaron de la hospitalización por COVID presentaban una gran variedad de secuelas que les impedían realizar ciertas actividades cotidianas o de la vida diaria. En este contexto, era necesario contar con herramientas clínicas que fueran sencillas para identificar a los pacientes que fueran más vulnerables«, explica el especialista.
El estudio abarcó a 41 pacientes de ambos sexos, mayores de 18 años de edad, que estuvieron hospitalizados por coronavirus en el Hospital Clínico Eloísa Díaz de la Florida, entre agosto y septiembre del 2020. Un mes después de su alta, entraron en este programa de seguimiento con los kinesiólogos rehabilitadores.
«Hasta el momento, el test de caminata se había utilizado para evaluar el pronóstico en cuanto a gravedad o mortalidad en pacientes con COVID-19, no en términos de salud física. Nuestra conclusión es que esta herramienta sencilla puede ser usada también por profesionales de la salud para determinar el riesgo que pueda tener una persona en términos de su salud física a largo plazo. Las conclusiones del estudio nos pueden ayudar a tomar decisiones clínicas importantes como la asignación de recursos sanitarios necesarios para la rehabilitación, y así identificar bien a los pacientes que tienen mayores secuelas del COVID y necesitan una intervención ya sea de kinesioterapia o terapia ocupacional, acelerando y personalizando su rehabilitación», indica el académico.
Otra de las autoras de este estudio prospectivo, la kinesióloga Constanza Malhue-Vidal, del Hospital Clínico Eloísa Díaz de la Florida, dice que -dado el gran número de pacientes con secuelas por el COVID-19- era necesario identificar herramientas clínicas adecuadas para evaluar a los pacientes con riesgo de desarrollar limitaciones a largo plazo en su rendimiento físico.
«Esto puede mejorar la estratificación, priorización y permite realizar ajustes en los inicios de la rehabilitación. Esta herramienta puede utilizarse también cuando el paciente no puede realizar pruebas físicas exigentes después de una hospitalización prolongada. Así, esta herramienta podría utilizarse en las primeras fases de la planificación de la rehabilitación tras la hospitalización por COVID-19«, señala la especialista.
«Además, al poder usarse en las primeras fases, se puede utilizar esta prueba como seguimiento y replicarla a posterior, logrando objetivar la evolución del paciente tanto en etapas iniciales de la hospitalización como también en un proceso de rehabilitación ambulatoria más avanzado», agrega.