Cuando el vicepresidente de Republicanos; José Meza, dice “Para nosotros este ha sido un gobierno perdido”, haciendo hincapié en cifras de inseguridad ciudadana y delitos graves, o bien cuando Francisco Chahuán emplaza al Presidente pidiendo “menos improvisación”, haciendo un llamado post plebiscito al “sentido común, (…) [porque] los chilenos quieren una mirada a largo plazo”, instalan la idea de que este es un Gobierno fallido, miope o que podría fracasar.
La política partidista es como jugar paletas de playa, se necesitan dos (todos los actores del sistema político) para que la pelota no se caiga: y la paz social depende de ese delicado y anhelado equilibrio. Esto, sin embargo, no conversa con las declaraciones presentadas; y tampoco lo hace con las cifras y resultados que ha tenido el país.
Por un lado, crece la actividad económica (0,4% en enero), se aprobó la Ley de Infraestructura Crítica (impulsada desde la derecha), Chile vuelve a ser el lugar más seguro de Latinoamérica para invertir, logrando el nivel de riesgo más bajo en 9 meses, se recuperaron 8 kilómetros de espacios públicos en el cordón Alameda-Providencia, la inversión extranjera alcanza un peak histórico desde 2015, baja el dólar y la bencina; mejora ostensiblemente la seguridad en la Araucanía y hay una mejora expresiva en el sector de turismo, duramente golpeado por la pandemia.
Ser conscientes de estos resultados permite evaluar mejor la consistencia del Gobierno en su primer año. Pero, ¿Qué sería consistente? Serlo es la cualidad de aquello que es estable, coherente y que no desaparece fácilmente. Los resultados del país son entonces “consistentes” porque se ha optado por la responsabilidad fiscal, moderación, diálogo y la aceptación de propuestas innovadoras y determinantes para fortalecer la seguridad. Entonces, ¿Por qué se rechaza la reforma tributaria? ¿Acaso hubo improvisación?
Los argumentos fueron que la reforma es “contra cíclica” (que va en contra del ciclo económico), que impide el crecimiento y la inversión, aumenta el impuesto a emprendedores, capas medias y sectores empobrecidos y que termina por disminuir impuestos a grandes empresas.
Desde mi punto de vista la mezquindad no es sinónimo de progreso, ni el inmovilismo un vehículo para la paz social. La reforma tributaria no proponía nada nuevo ni tampoco lo que ahí se comenta, la idea es aumentar impuestos que favorezcan la redistribución (y por tanto la paz social) según los niveles que recomiendan organismos como el Banco Mundial y la OCDE. Asimismo, proponía indicaciones concretas para aumentar la seguridad del país, porque la evasión de impuestos es delincuencia y la elusión fiscal a través de resquicios legales quebranta la fe pública.
En palabras del economista Thomas Piketty, los “poseedores de la riqueza” necesitan invertir apenas un quinto de sus ingresos de capital para asegurar que sus riquezas crezcan tan rápido como el ingreso nacional, ¿No es este el anhelo de las chilenas? No debiera ser ese el sentido común, ¿Que todas podamos desarrollar nuestro potencial humano en un contexto seguro y libre de violencia?
Entonces, ¿De qué va la crítica de la derecha? Argumentos mañosos no crean mayorías. Desde ya creo que mejoraría el tono si la oposición se abriera a discutir las propuestas que intentan mejorar la recaudación fiscal y la seguridad (por medio de la reforma se iban a financiar, por ejemplo, más carabineros), los grandes dolores de Chile para finalmente consolidarse como un país desarrollado.
Exequiel Medina – Ingeniero Civil y militante de Revolución Democrática.