Antes de que la crisis del Donbás se convirtiera en un conflicto entre Rusia y la OTAN en Ucrania el año pasado, las centrales nucleares estadounidenses dependían de Rusia, Kazajistán y Uzbekistán para obtener casi la mitad de su uranio enriquecido. A más de un año de tensiones, Washington no parece haber encontrado alternativas.
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La fallida búsqueda de la Administración Biden de sancionar la economía rusa durante todo el año pasado ha incluido una enorme excepción: Estados Unidos sigue comprando uranio enriquecido de origen ruso para su uso en centrales nucleares.
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Según cálculos de medios de comunicación económicos estadounidenses, las empresas norteamericanas compraron uranio enriquecido ruso por valor de unos 1.000 millones de dólares durante 2022.
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Los expertos del sector atribuyen la continua compra de esta materia prima clave a la falta de capacidades de conversión y enriquecimiento en Estados Unidos.
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Y es que el gigante nuclear ruso Rosatom sigue representando aproximadamente una cuarta parte de todo el uranio enriquecido utilizado por la vasta red de centrales nucleares de Estados Unidos.
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Además, la energía nuclear está experimentando un renacimiento en un momento en que los precios de los hidrocarburos están en alza (debido en gran parte a las perturbaciones del mercado mundial por los esfuerzos de los países occidentales por desvincularse de Rusia), así como por las preocupaciones medioambientales, ya que la energía nuclear se considera la menos perjudicial para los reguladores obsesionados por el cambio climático que buscan fuentes de energía sin emisiones de CO2.
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La red de 56 centrales nucleares estadounidenses que operan en más de dos docenas de estados proporciona hasta una quinta parte de la electricidad del país norteamericano y alrededor del 10% de las necesidades energéticas totales del país.
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Curiosamente, el uranio enriquecido no se incluyó en las prohibiciones de importación de la Administración Biden contra la energía rusa el año pasado, y se mantuvo fuera a pesar de las advertencias de medios de comunicación de que Moscú podría dejar fuera de servicio los reactores nucleares estadounidenses si suspendía las entregas de uranio. Ni Washington ni Moscú parecen haber hecho caso de la llamada a buscar mercados alternativos.
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Aunque Rusia solo extrae alrededor del 6% del uranio del mundo, controla aproximadamente el 40% del mercado de conversión de uranio y el 46% de la capacidad total de enriquecimiento mundial.
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Esto significa que, en caso de una hipotética prohibición de las ventas, Estados Unidos se vería en apuros para encontrar alternativas, a menos que empezara a comprar uranio enriquecido de origen ruso disfrazado de uranio de algún tercer país.
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Alrededor de una cuarta parte del uranio utilizado por las centrales nucleares estadounidenses procede también de los socios kazajos y uzbekos de Rusia, lo que significa que Moscú podría hipotéticamente ejercer una presión significativa sobre la seguridad energética de Estados Unidos si así lo decidiera.