Nos encontramos en una crisis de violencia e inseguridad pública. La Encuesta Nacional Urbana de Seguridad, elaborada por el INE en 2021, muestra que la victimización de los hogares urbanos en el país es de un 16,9%, cifra que presenta una baja en relación al 28% del año 2017. Mientras que la percepción de inseguridad es de un 86,9% -el máximo desde 2012, que fue de un 70.6%-; la percepción de exposición frente al delito es de 41,5% y la sensación de inseguridad al caminar solo/a por la calle cuando ya está oscuro es de 62,5%.
Los datos evidencian de forma importante el aumento de la percepción de inseguridad. Los delitos no han presentado un aumento considerable, pero sí lo ha hecho la violencia con la que estos se efectúan, lo que contribuye a generar la impresión aumentada del problema social asociado a desconfianza y desprotección frente a la violencia que experimentan los ciudadanos a nivel país.
Estos porcentajes no los podemos comprender de forma aislada y asociando solamente a la delincuencia común y el crimen organizado, cada vez más presente. Debemos contemplar también otras situaciones que aportan a la sensación de inseguridad personal y social, como la corrupción (a nivel macro). Esta es una crisis de larga data que disminuye la confianza y legitimidad de la institucionalidad. Y a nivel micro hay violencias que se producen en contextos personales como son lo cultural, medioambiental, político, digital, laboral, intrafamiliar y de género, entre otros. Desde un enfoque sistémico tienen relación directa con la seguridad humana, por ende, el análisis y las posibles respuestas necesitan de una mayor profundidad que considere los múltiples factores, las variadas dimensiones y responsabilidades que influyen en la sensación de inseguridad pública.
Hemos normalizado la violencia, que se presenta como la solución a las desigualdades del sistema. Esto ha hecho mella importante en nuestra salud mental. Este es un punto álgido en un país en donde la trayectoria ha sido la visibilización discursiva pero no de acciones reales en pro a la mejora o atenciones en este ámbito.
Nuestra sociedad se encuentra dañada. Urge provisionar de insumos, apoyos e instancias de aprendizajes que generen alianzas sociales que permitan hacer frente al día a día, a través del diálogo, la gestión colaborativa de conflictos, el apoyo social y el desarrollo humano con la para potenciar la sensación de bienestar.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Samuel Erices – Académico Trabajo Social Universidad Central.
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