Hay una escena icónica en la película de culto de 1990 ‘Reality Bites’ (‘Bocados de realidad’, ‘La dura realidad’ o ‘Generación X’), en la que Lelaina, interpretada por Winona Ryder, pronuncia un discurso. «¿Qué vamos a hacer ahora?», pregunta, antes de formular una pregunta aún más pertinente: «¿Cómo podemos reparar todo el daño heredado?».
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Luego responde a sus preguntas con un lastimero «no lo sé».
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Al ver a los funcionarios de la OTAN y de Ucrania esforzarse por comprender la realidad de la situación en la que se encuentran, con la tan esperada y anticipada contraofensiva tambaleándose frente a la defensa rusa, que ha demostrado ser impenetrable, las palabras de Lelaina me vinieron inmediatamente a la mente.
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Ucrania ha enviado las últimas de sus reservas estratégicas, dirigidas por la 82ª Brigada de fuerzas aerotransportadas, a la batalla por el pueblo de Rabotino, en Zaporozhie. Aquí, en los campos en barbecho por las condiciones del conflicto, las mejores fuerzas de Ucrania han sido destripadas por los defensores rusos que se han negado a ceder. Según la experiencia de los elementos de vanguardia de la 82ª Brigada, a ellos también les espera este destino.
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Con la reserva estratégica ucraniana desplegada y pronto derrotada, Ucrania y sus supervisores de la OTAN ya no disponen de fuerzas significativas capaces de influir en el desarrollo de las batallas que se libran a lo largo de la línea del frente de unos 1.600 kilómetros entre los Ejércitos de Ucrania y Rusia.
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Rusia, mientras tanto, mantiene una reserva no utilizada de unos 200.000 efectivos frescos, bien entrenados y equipados, que se están preparando para entrar en combate. Cuando finalmente se involucren, Ucrania carecerá de los recursos necesarios para defenderse de su ataque, lo que supondrá el momento culminante de una campaña rusa diseñada precisamente para conseguir este resultado: el colapso de la capacidad ucraniana para mantener un combate terrestre a gran escala.
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La realidad muerde.
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La situación ha llegado a ser tan grave que Stian Jenssen, el jefe de gabinete del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, opinó ante una audiencia noruega que una solución para el fin del conflicto con Rusia «podría ser que Ucrania cediera territorio y obtuviera a cambio el ingreso en la OTAN».
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Pero incluso en este caso, Jenssen estaba delirando. Mientras que la realidad dicta que Ucrania nunca recuperará sus antiguos territorios de Jersón, Zaporozhie, Donetsk, Lugansk y Crimea y que la opción más sensata sería conceder la inevitabilidad de una victoria rusa, evitando al mismo tiempo la posibilidad de perder aún más territorios, Jenssen parecía olvidar que uno de los principales objetivos detrás de la decisión rusa de iniciar la operación militar era impedir que Ucrania se uniera a la OTAN.
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Solo alguien totalmente alejado de la realidad podría articular un escenario en el que Rusia concediera una cuestión vinculada a su supervivencia existencial (es decir, la expansión de la OTAN en Ucrania) a cambio de aceptar un hecho ya consumado: el control ruso de los antiguos territorios ucranianos.
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Tanto el Gobierno ucraniano como el jefe de Jenssen, Stoltenberg, se opusieron a la idea de un cambio de territorios por la adhesión en la OTAN. «La OTAN apoyará a Ucrania hasta que gane el conflicto», afirmó Stoltenberg en una reunión de periodistas en Oslo un día después de la metedura de pata de Jenssen, dando a entender que el argumento de Ucrania de que una condición clave para la resolución del conflicto seguía siendo expulsar a Rusia de todos los antiguos territorios ucranianos liberados por las tropas rusas y reclamados por Rusia como resultado de los referendos celebrados en 2014 (para Crimea) y 2022 (para los otros cuatro territorios).
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Pero cada vez está más claro que la realidad se impone a los deseos. No hay ninguna posibilidad de que Ucrania alcance sus objetivos declarados, algo que reflejaron los comentarios de Jennsen y no los de Stoltenberg. La OTAN lucha por generar nuevas fuentes de equipamiento para el rápidamente mermado Ejército ucraniano, que ha perdido gran parte de los tanques, vehículos blindados de combate y sistemas de artillería proporcionados por la OTAN y otras naciones en preparación para la fracasada contraofensiva.
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Equipos que antes se consideraban demasiado provocadores, como el caza F-16, han recibido ahora luz verde para su entrega a Ucrania. Pero nada de esto importa: aunque Ucrania recibiera todo lo que quisiera, el hecho es que no puede generar la fuerza viva, ni en cantidad ni en calidad, necesaria para manejar de forma competente ese equipamiento en un campo de batalla moderno contra el Ejército ruso que, desde cualquier punto de vista honesto, ha salido de este conflicto como la fuerza de combate más letal y capaz del mundo.
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Tanto EEUU como la OTAN se debaten sobre cómo gestionar una situación en la que una victoria estratégica rusa es inevitable. Aunque Jenssen expresó posteriormente su arrepentimiento por su sugerencia de un intercambio de territorios por la membresía, lo cierto es que la postura de línea dura de Ucrania respecto a las condiciones que aceptará para la finalización del conflicto no es realista, y cuanto más tiempo sigan los aliados y socios de Ucrania siguiendo el juego a esa fantasía, más difícil será el camino hacia una eventual solución.
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De hecho, el reciente rechazo del ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, a negociar con Occidente el fin del conflicto así lo demuestra. Lavrov citó como razón principal de la postura rusa el hecho de que cualquier negociación de este tipo sería poco más que un ‘truco táctico’ diseñado para dar al Ejército ucraniano la oportunidad de descansar y reconstruirse.
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Cada vez parece más probable que el final del conflicto adopte la forma de una capitulación, no de una negociación, en la que Ucrania desempeñe el papel del Japón imperial en una repetición de la ceremonia de rendición de septiembre de 1945 en la bahía de Tokio a bordo del USS Missouri. Los términos de tal escenario serían incondicionales, la derrota de Ucrania total y la ruta de la OTAN sin paliativos. Los responsables ucranianos y de la OTAN harían bien en reflexionar sobre esta realidad antes de decidir continuar el conflicto hasta el último ucraniano.
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Las condiciones rusas que se establecieron en el acuerdo de paz que Ucrania rubricó antes de echarse atrás bajo la presión del ex primer ministro británico Boris Johnson parecen estar sobre la mesa, excepto para los territorios recién adquiridos por Rusia. La alternativa, como explicó recientemente el presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, a una periodista ucraniana, podría ser el desmembramiento de Ucrania, donde lo que quedara de la nación fuera una patética sombra de lo que fue, despojada de viabilidad económica.
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La realidad, en efecto, muerde.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE LA RAZÓN
Scott Ritter – es un ex oficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos. Sirvió en la URSS como inspector implementando el Tratado INF, en el personal del general Schwarzkopf durante la Guerra del Golfo y como inspector jefe de armas de la ONU en Irak. Actualmente escribe sobre temas relacionados con la seguridad internacional, asuntos militares, Rusia y Oriente Medio, así como sobre el control de armas y la no proliferación.
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