Este 24 de agosto Japón empezó a liberar aguas residuales de la central nuclear averiada de Fukushima-1, según información de TEPCO, la operadora de la planta.
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El país asiático planean arrojar más de 30.000 toneladas de agua radiactiva de la central nuclear de Fukushima al océano Pacífico hasta marzo de 2024, de acuerdo con la agencia Kyodo.
«La cantidad de agua tratada de la central de Fukushima que se descargará al mar en el año fiscal 2023 hasta marzo próximo será de 31.200 toneladas», detalló TEPCO.
Anteriormente, el Gobierno de Japón anunció que comenzaría a verter agua radiactiva de Fukushima al mar a partir del 24 de agosto, pese al rechazo de los pescadores locales y otras organizaciones ambientales del mundo.
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Inicialmente, Tokio planificaba arrojar en la primavera boreal el agua depurada, pero con tritio radiactivo a un kilómetro de la central. Sin embargo, pospuso la operación para el verano debido a las demoras por el mal tiempo y otros factores.
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El 11 de marzo de 2011, varios reactores de la central nuclear de Fukushima explotaron al quedar fuera de servicio el sistema de refrigeración debido a un terremoto de magnitud 9,0 y un tsunami.
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Toneladas de agua que se usaron para enfriar los reactores se almacenan actualmente en unos 1.000 tanques gigantescos de la planta.
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Japón afirma que el agua vertida tendrá un nivel de radiactividad por debajo del umbral fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y no supondría un peligro para la salud humana ni para el medio ambiente.
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El plan ha suscitado la preocupación de Rusia, China, las dos Coreas y de los habitantes de los municipios vecinos a Fukushima. Desde Pekín incluso han sugerido a los que creen que el agua de Fukushima es segura que la beban si confían en que es apta para el consumo humano.
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El OIEA «resta importancia a Fukushima» al aprobar el plan de verter agua radiactiva al Pacífico
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El Organismo Internacional de Energía Atómica «está atrapado entre su defensa de la energía nuclear y los efectos del almacenamiento inadecuado de sus desechos», declaró el experto en residuos radiactivos, Kevin Kamps. Esto ocurre luego de que la organización aprobara el vertido de agua contaminada de la central de Fukushima en el océano.
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Después de la aprobación del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), el Gobierno japonés se prepara para el vertido gradual de 1,3 millones de toneladas de aguas residuales tratadas de la central nuclear de Fukushima. El agua, que es radiactiva por haberse utilizado para mantener frío el combustible nuclear gastado fundido tras el terremoto y el tsunami de marzo de 2011, se ha filtrado a través del Sistema Avanzado de Procesamiento de Líquidos (ALPS). La realización de dicha iniciativa tendrá lugar a lo largo de 30 a 40 años.
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El especialista en residuos radiactivos de Beyond Nuclear Kevin Kamps explicó que el OIEA «está atrapado en un tornillo entre su defensa de la energía nuclear y la realidad de los efectos perjudiciales del almacenamiento inadecuado de sus residuos», que es un problema clave con el plan del Gobierno japonés desde 2011.
«La radiactividad se concentrará en la cadena alimentaria. Y esa va a ser la principal vía de exposición humana, ya que la gente va a comer pescado contaminado del océano Pacífico por Fukushima», advierte el analista.
Pero, según sus palabras, hay muchas opciones mejores que verter el agua en el océano.
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«Una opción es lo que [Japón] ha estado haciendo durante los últimos 12 años, desde que empezó esta catástrofe: almacenarlo en tanques. No era una solución perfecta, pero su justificación para no continuar con el almacenamiento es que se han quedado sin espacio físico», afirma.
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El investigador también indica que existe la opción de ampliar el perímetro del emplazamiento y continuar con el almacenamiento del tanque. Sin embargo, prosigue, «el problema es que como demostró el terremoto y el tsunami del 11 de marzo de 2011 este lugar no es estable, por lo que el almacenamiento allí podría no ser la mejor idea».
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Asimismo, Kamps menciona otros ejemplos como los almacenes subterráneos de residuos radiactivos de EEUU, como la Planta Piloto para el Aislamiento de Residuos (WIPP) enterrada en las profundidades del desierto de Nuevo México dentro de una formación salina hermética, donde se espera que se descompongan de forma segura durante 10.000 años.
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En cuanto a la realización de la iniciativa japonesa, el investigador señala que varios meses después de la catástrofe, el cesio radiactivo en el agua de mar a lo largo de la costa de California se había duplicado, lo que demuestra que aunque «es un océano grande», los materiales radiactivos no desaparecen sin más.
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«El principal culpable de que tengamos que preocuparnos es el tritio radiactivo, que es hidrógeno radiactivo, lo que significa que las moléculas de agua de esas aguas residuales radiactivas son a su vez radiactivas. No es un contaminante en sí. Es agua radiactiva», aclara el especialista.
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Kamps destaca que la aprobación del plan japonés por parte del OIEA supondría un «enorme golpe a la reputación» del organismo que durante mucho tiempo ha restado importancia a los riesgos asociados a la energía nuclear y a las consecuencias de catástrofes como la de Chernóbil, en la Ucrania soviética, en 1986.
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«El OIEA, en virtud del Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares [TNP] de 1970, es una agencia pronuclear. Su trabajo consiste supuestamente en frenar la propagación de las armas nucleares y, al mismo tiempo, abogar por la expansión de la energía nuclear (…) pero restan importancia a Chernóbil, restan importancia a Fukushima como parte de su mandato para promover la energía nuclear», concluyó el analista.